Comentario
Cuando en las últimas fases del relieve visigodo se han popularizado y esquematizado suficientemente los motivos de tallos vegetales, se llega a producir placas como las del cancel reutilizado en la iglesia asturiana de Santa Cristina de Pola de Lena, en las que se alterna una banda de círculos con rosetas y cruces y otra de tallos con racimos.
La decoración basada en un tallo vegetal ondulado, para servir de organización al resto de los motivos, es el principio más frecuente de los relieves naturalistas visigodos. Su origen en la decoración clásica es fácil de establecer, así como que los prototipos más extendidos proceden de la adaptación de la simbología cristiana primitiva, en la que los tallos brotan de un vaso o de una crátera, concebida como fuente de la vida, a la que puedan acompañar parejas heráldicas de aves, que también beben de ella. Las ramas con tallos enlazados sirvieron también para representar el Paraíso, en el que toman formas de aves las almas de los Justos, y también por extensión vinieron a representar la Creación en su momento original, acompañados por cuadrúpedos, aves y peces o reptiles, los tres géneros de animales en la antigua concepción de la Naturaleza. Los mismos temas, elaborados en Oriente para la decoración de tejidos, llegaron en importaciones de un gusto e iconografía muy distintos, y tuvieron también una difusión muy amplia con distintas imitaciones.
El roleo vegetal más clásico y sencillo es el del friso de Santa Comba de Bande, con una interpretación tan elemental que parece sacada directamente de los modelos clásicos. La crátera de la que brotan los tallos con racimos tiene su interpretación más clásica en el sarcófago de la catedral de Braga y en la tapa del sarcófago de Ithacius, en Oviedo, ambas piezas primitivas, aisladas, que indican la llegada temprana de estos repertorios hasta el noroeste de la Península. El empleo del tallo como marco de una retícula que contiene animales, cuyo modelo más reproducido es el ambón del obispo Agnellus de Rávena, de mediados del siglo VI, aparece en una placa de la iglesia de Saamasas (Lugo), al igual que en placas emeritenses. Los pavos acompañando a la crátera se ven en un relieve de la Universidad de Salamanca. Las versiones más cercanas a los modelos orientales de los animales fabulosos que adornan los tejidos, se encuentran en los relieves de Chelas, conservados en Lisboa. Tanto en Mérida como en Toledo hay placas con estilizaciones vegetales que se adaptan a repartos geométricos, como resultado del aprovechamiento de estos temas en organizaciones puramente abstractas.
Las impostas de las bóvedas y los cimacios de la segunda fase decorativa de San Pedro de la Nave recogen en un arte de factura local el repertorio más amplio de tallos vegetales como símbolos del Paraíso y la Creación. En los arquillos de las ventanas menores se dan sólo motivos vegetales, pero las impostas de las bóvedas alternan racimos y aves, junto con algún rostro humano, y en los cimacios, la altura superior del friso permite incluir un mayor número de cabezas humanas que representan las almas alojadas en el Paraíso.
En Santa María de Quintanilla de las Viñas se encuentra el repertorio más extenso de estos temas y el que reúne influencias más dispares. Los frisos decorados de esta iglesia ocupan tres bandas a lo largo de toda la parte oriental del crucero y de los muros exteriores de la capilla, y debía extenderse algo más a las cámaras laterales desaparecidas. El friso inferior muestra un tallo vegetal doble con nudos y pequeñas hojas salientes, que forman ondulaciones y tiene brotes abiertos para enmarcar hojas palmeadas y racimos; este friso tiene una venera marcando el centro del dintel de la puerta lateral y a él corresponden los fragmentos existentes en el Museo de Burgos, por lo que debía ser el único que abarcaba toda la fachada oriental. El friso intermedio está formado por una simplificación de los mismos tallos, que se combinan en dos ramas entrecruzadas para formar espacios circulares en los que hay aves y arbolitos; en el testero de la capilla, este friso presenta rosetas de seis pétalos y discos en los que se han grabado monogramas cruciformes, cuya interpretación resiste por el momento a las tentativas de los investigadores; hay tres discos lisos, los del lado izquierdo, al parecer preparados para otros monogramas. El friso superior ocupa exclusivamente el testero de la capilla y se organiza también con tallos sogueados entrecruzados, pero sus círculos contienen exclusivamente cuadrúpedos. La clasificación de los animales parece clara en el caso de gacelas, leones y toros; entre las aves hay perdices, faisanes, avutardas y pavos reales, pero otros resultan confusos.
La decoración de los frisos de Quintanilla de las Viñas sigue el concepto tradicional de separar los géneros de animales, cuadrúpedos arriba y aves en el centro, aunque falten los peces cuya representación entre vegetales podría ser incongruente. Su realizador conoce y refleja con precisión el tema de los tallos con racimos, pero renuncia a su representación naturalista cuando necesita enmarcar animales o símbolos; en este caso, recurre a un sistema intermedio entre el tallo ondulado y los círculos sogueados, mientras que para las figuras de los animales se vale de modelos cuya aparición tan frecuente en los tejidos orientales no deja lugar a dudas sobre sus fuentes de inspiración. Es una síntesis completa de la temática ornamental visigoda, que puede situarse en el punto más evolucionado al que llegaron estas expresiones.